jueves, 30 de octubre de 2014

Capítulo 3 - Lucía Canali


Cap 3.

Estuve a punto de asesinar a alguien apenas puse un pie adentro de la frontera. En mi defensa, era una mala idea que hubiera un sátiro esperándonos. Cuando vi sus piernas de cabra entre en pánico, alzando mi espada y casi impactando contra él. Fue una suerte que el señor dioses-no-puedes-ser-hija-de-Atenea me hubiera detenido o lo hubiera partido en dos. El sátiro no reaccionó bien a mi recibimiento. Tropezó sobre sus pezuñas, cayó sobre sus cuartos traseros y gritando algo sobre una loca, huyó hacia adentro.
-¡Lo siento! -le grité entre las risas de los demás, pero ¿Qué esperaban? ¡Acababa de escapar de dos mujeres con piernas de pollo! Ya tenía suficiente con criaturas mágicas por el día, muchísimas gracias.
-Bien -dijo el arquero, sonriendo como si quisiera contener la risa- ¿podemos avanzar sin que intentes matar personas o tendremos que quitarte la espada?
-¡No voy a matar a nadie! -le espeté- ¡ya dije que lo sentía, ¿está bien?!
-Está bien, está bien, dramática, -apuntó, alzando sus manos como si pidiera calma- vamos, voy a llevarte a ver a Quirón.
-No soy dramática -apunté, apretando los puños, pero él simplemente me ignoró, colocando otra estúpida sonrisa de modelo.
-Como sea, lo que te deje dormir de noche, dramática -apuntó y miró hacia los demás, obviando por completo mi mirada que clamaba por sangre- ustedes vayan de nuevo a la frontera. Tal vez haya más monstruos -ordenó y los otros asintieron, volviendo trotando hacia afuera- vamos, sígueme, dra…
-Vuelve a decirme “dramática” y juró que te voy a meter la espada por la nariz -mascullé, furiosa- me llamó Emma, Emma Grayson -dijo y él río, sacudiendo la cabeza y mirándome con una mirada extraña.
-Si que eres algo complicado, Emma Grayson -apuntó y me dedicó una media sonrisa- yo soy Jake Carter -se presentó,- vamos, sígueme. Mucho que presentarte.

Ulu parecía realmente animado del campamento. La lechuza revoloteaba feliz sobre mi cabeza, sobrevolando y ululando orgullosa.
Bien, sé que “Ulu” no es exactamente un nombre original para una lechuza, pero dado que desde que apareció me trajo solo problemas y, excepto por la espada, solo me ayudo mirándome mal y ululando todo el camino; no me sentí exactamente animada a buscarle un nombre mejor. 
Aparte tenía cosas más importantes en que pensar, como cavar un hoyo y meterme en él hasta llegar a China. ¿Es que todos los campistas iban a mirarme? No es que me considere fea, pero no era exactamente la clase de belleza por la que todos se giraran. Pero aquí, de una forma aterradoramente literal, todos se volteaban a mirarme, como si me hubiera colocado un traje amarrillo fosforescente y zapatos violetas (los tonos flúor… tan pasados de moda).
Generalmente sabía manejar bien la atención, había salido en portadas y siempre saludaba al final de mis desfiles frente a cientos de cámaras, pero esto era otra cosa. No solo estaba siendo observada, estaba siendo juzgada. Lo podía ver en sus miradas, escucharlo en esos susurros lejanos. Podía notar como sus ojos pasaban por encima de mi ropa maltrecha a mi espada, como si ambas cosas no combinaran en nada. Podía admitir que no era el tipo de ropa que uno lleva a un campamento, pero obviamente no era desagradable, al menos no cuando había estado sana. Porque ellos usaran esos pantalones y remeras naranjas bajo petos y armaduras, no tenía porque hacerme sentir mal.
Y no lo hacían, definitivamente.
Jake, el señor complazco-al-mundo-con-mi-sonrisa, me señalaba algunos lugares, los cuales iban grabándose pese a lo poca atención que le estaba prestando. El campamento definitivamente no era como nada como tenía en mente. Para empezar, mientras que en otras campiñas te enseñaban como atar nudos, crear fuego con palillos y cantar sosas canciones; acá te enseñaban como ensartar a muñecos de pajas en múltiples opciones. Flechas, lanzas, espadas, e incluso puñetazos. Era un verdadero arte.
Los campistas eran realmente increíbles, viéndoles hacer toda clase de entrenamientos: escalar, correr, saltar, luchar, trepar sogas e incluso jugar basquetbol. Todos parecían ocupados, incluso los que pasaban por ahí de camino, cargando desde armas hasta complicadas maquinarias que llevaban a toda prisa hacia una cabaña lejana que echaba humo. Por el otro lado, cerca del horizonte y lejos del bosque, podía ver largos campos extendidos y llenos de plantas. Cultivos, supuse, por la alineación prolija. Probablemente de fresas o algo así por el estilo de planta.
Del otro lado se veía un extenso lago, allá a donde algunos chicos paseaban en canoas o solo parecían pasar el rato. Unos iban tan rápido que parecían estar en una lancha a motor, gritando y riendo. Entonces noté a la chica formada de agua en la parte trasera, agitando sus pies tan rápido que era inhumano.
¿Qué estaba diciendo? Que fuera de agua, ya era inhumano.
-Náyades -me explicó Jake, captando mi mirada- son…
-Ninfas del agua, lo sé -completé y el chico volvió a sonreír. Lo cierto es que esa manía ya comenzaba a irritarme ¿es que tenía que cegar al mundo con su sonrisa a cada momento?  Debía venir con una especie de advertencia, como un cascabel que advirtiera a todos cuando iba a ensanchar sus labios y mostrar sus parejos y casi marmolados dientes.
-Bueno, al menos eres una sabelotodo… -comentó y yo lo miré mal, cruzándome de brazos.
-¿Qué se supone que eso significa? -le espeté. Ya estaba harta de tanto misterio sobre mí.
-Nada -contestó él vagamente y se giró hacia mí, sus labios dibujando una risa al verme caminar cojeando- sabes, podrías sacarte las botas para caminar hasta la casa.
-Ni pensarlo -replicó- ¿sabes lo sensible que son estás medias? -señalé- no quiero tener manchas extras que arreglar, muchísimas gracias -apunté y él me miró incrédulo.
-¿Viste que están rotas, verdad? -preguntó y yo puse los ojos en blanco. Típico de chicos sin el menor conocimiento de ropa. Estaba bien, tenía rotas las rodillas y algunos otros cortes, pero yo era una reparadora nata. ¿Este desastre? No era nada comparado a otras cosas que había tenido que reponer.
-Voy a arreglarlas -contesté secamente y él sonrió, mirándome extrañado.
-¿Estás segura de que sos hija de Atenea? -preguntó y sonrió con torpeza- no lo sé, ¿segura de que no seas hija de Afrodita?
-No soy exactamente amorosa como para ser hija de la diosa del amor -apunté y él asintió.
-En eso tienes toda la razón -apuntó y lo fulmine con la mirada, solo para su gracia- lo siento, es que debes entender que no sos exactamente la típica hija de Atenea -dijo y yo lo miré molesta.
-¿Y como se supone que se ven las hijas de Atenea? -pregunté, poniendo mis brazos en jarras y deteniéndome. Ya había sido suficiente. Si no aclaraba este asunto ahora iba a terminar atacando al próximo campista. Preferentemente Jake.
-Bueno, para empezar son rubios -dijo y yo casi chilló, tocando mi cabello. Jamás sería rubia. El color jamás me sentaría. Estaba feliz solo con las mechas claras que se entretejían entre mi cabello caramelo- bueno, tenes los ojos grises, eso sí, pero ellos definitivamente no se los destacan con maquillaje -comentó, mirándome y tuve el impulso de cubrirme. Sus ojos azules se sentían como rayos laser- tampoco son preocupados de la moda y de la ropa, algo que evidentemente si te importa a vos -dijo y su tono casi condescendiente casi hace que gritara a Ulu para que le arrancara los ojos- y son aguerridos. Unos malditos enfermos cuando se trata de batallas… -dijo y suspiró- e inteligentes. Son más bien como la clase de ñoños con los que jamás te meterías -comentó y la ira quemó en tantas partes de mi cuerpo que apenas podía controlarla.
-¿Qué se supone que eso significa? -le espeté, mi tono llamando su atención para ver mi mirada asesina- ¿Qué no soy inteligente o algo así? -le espeté y él parecía a punto de contestar, pero no lo deje- mira, solo porque tengo un mínimo de sentido de la moda, no significa que no sea inteligente. En realidad prueba que soy lo suficientemente lista como para preocuparme por mi aspecto de forma eficiente. Y otra cosa, la moda no solo me importa. La moda es mi vida, ¿entiendes? Mi trabajo y el único sustento que tuve cuando me quedé en la calle, así que no te atrevas a juzgar sin conocer, idiota…
-¿Te quedaste en la calle? -me interrumpió, sobresaltándome. Demonios. No había calculado que esa parte escapara de mis labios.
-Eso no importa -repliqué- ahora llévame con Quirón así terminamos con esto… -repliqué y comencé a caminar, finalmente obligando a Jake a moverse, avanzando en un silencio tenso. Quería gritarme a mí misma. No podía creer que hubiera estallado de esa manera y hubiera hablado de la calle con él. No hablaba de ese pasado con nadie, o mejor dicho no hablaba del pasado con nadie. Eran la clase de métodos de supervivencia que me habían mantenido cuerda por todos estos años. No podían echarse a perder por un idiota de calibre monumental como era el chico que tenía en frente.
Ulu ululó sobre mi cabeza convenientemente, como si apoyara mi decisión.
Gracias, es lo que necesitaba. El apoyo de un ave psicótica es de gran ayuda.
-Allá está la casa grande, -señaló Jake, sacándome de mis pensamientos- Quirón estará esperándonos -dije, pero yo solo asentí, todavía demasiado molesta. Debería estar acostumbrada a esto, ya lo sé. No es la primera vez que me enfrentó a retardados prejuiciosos, pero generalmente es uno de cada tres. No cien de cien.
Pensaba en eso, cuando noté que habíamos llegado a otro camino, alzando la vista para ver a una gran casa de paredes azules de dos pisos. “Gran Casa era el eufemismo del año” pensé. Era un nombre tan original como lo había sido Ulu. La casa tenía un enorme porche que la rodeaba por completo, en donde había algunas mesas y asientos para sentarse, pero por lo demás era una casa regular típica de campamentos, de la clase que tiene las cosas generales como los baños o el comedor.
Claro, como entrarían los doscientos alumnos adentro era todo un misterio.
-Ven -dijo él, llevándome hacia el porche y haciéndome rodear la casa. Al fondo había dos hombres, uno sentado en un taburete y otro acomodado sobre un caballo que descansaba en el suelo. Fruncí el seño confundida. ¿Acaso no cansaba al animal estándole encima así? ¿Que clase de costumbres extrañas tenían aquí?
Entonces, metros más adelante, fue cuando me di cuenta de un dato esencial. El hombre no estaba sentado sobre el caballo, el hombre era el caballo. Me paré en seco, sintiendo que mi cabeza empezaba a zumbar. Esto estaba siendo demasiado para procesar. Dioses griegos, lechuzas gigantes que aparecen de la nada, gorgonas sedientas de sangre, sátiros asustadizos y chicas hechas de agua habían cubierto el limite. El centauro, por supuesto que mi mente había reciclado aquella información útil, ya había sido bastante.
-Dramática si queres respuestas… -empezaba a decir Jake cuando notó que no estaba detrás de él, girándose para verme preocupado- ¿Emma? -llamó, acercándose un paso.
Hubiera querido hablar, casi celebrar al escucharlo por fin decir mi nombre, pero en vez de eso hice algo totalmente más interesante.

Me desmayé. 

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