Cap
3.
Estuve
a punto de asesinar a alguien apenas puse un pie adentro de la frontera. En mi
defensa, era una mala idea que hubiera un sátiro esperándonos. Cuando vi sus
piernas de cabra entre en pánico, alzando mi espada y casi impactando contra
él. Fue una suerte que el señor dioses-no-puedes-ser-hija-de-Atenea me hubiera
detenido o lo hubiera partido en dos. El sátiro no reaccionó bien a mi
recibimiento. Tropezó sobre sus pezuñas, cayó sobre sus cuartos traseros y
gritando algo sobre una loca, huyó hacia adentro.
-¡Lo
siento! -le grité entre las risas de los demás, pero ¿Qué esperaban? ¡Acababa
de escapar de dos mujeres con piernas de pollo! Ya tenía suficiente con
criaturas mágicas por el día, muchísimas gracias.
-Bien
-dijo el arquero, sonriendo como si quisiera contener la risa- ¿podemos avanzar
sin que intentes matar personas o tendremos que quitarte la espada?
-¡No
voy a matar a nadie! -le espeté- ¡ya dije que lo sentía, ¿está bien?!
-Está
bien, está bien, dramática, -apuntó, alzando sus manos como si pidiera calma-
vamos, voy a llevarte a ver a Quirón.
-No
soy dramática -apunté, apretando los puños, pero él simplemente me ignoró,
colocando otra estúpida sonrisa de modelo.
-Como
sea, lo que te deje dormir de noche, dramática -apuntó y miró hacia los demás,
obviando por completo mi mirada que clamaba por sangre- ustedes vayan de nuevo
a la frontera. Tal vez haya más monstruos -ordenó y los otros asintieron,
volviendo trotando hacia afuera- vamos, sígueme, dra…
-Vuelve
a decirme “dramática” y juró que te voy a meter la espada por la nariz
-mascullé, furiosa- me llamó Emma, Emma Grayson -dijo y él río, sacudiendo la
cabeza y mirándome con una mirada extraña.
-Si
que eres algo complicado, Emma Grayson -apuntó y me dedicó una media sonrisa-
yo soy Jake Carter -se presentó,- vamos, sígueme. Mucho que presentarte.
Ulu
parecía realmente animado del campamento. La lechuza revoloteaba feliz sobre mi
cabeza, sobrevolando y ululando orgullosa.
Bien,
sé que “Ulu” no es exactamente un nombre original para una lechuza, pero dado
que desde que apareció me trajo solo problemas y, excepto por la espada, solo
me ayudo mirándome mal y ululando todo el camino; no me sentí exactamente
animada a buscarle un nombre mejor.
Aparte
tenía cosas más importantes en que pensar, como cavar un hoyo y meterme en él
hasta llegar a China. ¿Es que todos los campistas iban a mirarme? No es que me
considere fea, pero no era exactamente la clase de belleza por la que todos se
giraran. Pero aquí, de una forma aterradoramente literal, todos se volteaban a
mirarme, como si me hubiera colocado un traje amarrillo fosforescente y zapatos
violetas (los tonos flúor… tan pasados de moda).
Generalmente
sabía manejar bien la atención, había salido en portadas y siempre saludaba al
final de mis desfiles frente a cientos de cámaras, pero esto era otra cosa. No
solo estaba siendo observada, estaba
siendo juzgada. Lo podía ver en sus miradas, escucharlo en esos susurros
lejanos. Podía notar como sus ojos pasaban por encima de mi ropa maltrecha a mi
espada, como si ambas cosas no combinaran en nada. Podía admitir que no era el
tipo de ropa que uno lleva a un campamento, pero obviamente no era
desagradable, al menos no cuando había estado sana. Porque ellos usaran esos
pantalones y remeras naranjas bajo petos y armaduras, no tenía porque hacerme
sentir mal.
Y
no lo hacían, definitivamente.
Jake,
el señor complazco-al-mundo-con-mi-sonrisa, me señalaba algunos lugares, los
cuales iban grabándose pese a lo poca atención que le estaba prestando. El
campamento definitivamente no era como nada como tenía en mente. Para empezar,
mientras que en otras campiñas te enseñaban como atar nudos, crear fuego con
palillos y cantar sosas canciones; acá te enseñaban como ensartar a muñecos de
pajas en múltiples opciones. Flechas, lanzas, espadas, e incluso puñetazos. Era
un verdadero arte.
Los
campistas eran realmente increíbles, viéndoles hacer toda clase de
entrenamientos: escalar, correr, saltar, luchar, trepar sogas e incluso jugar
basquetbol. Todos parecían ocupados, incluso los que pasaban por ahí de camino,
cargando desde armas hasta complicadas maquinarias que llevaban a toda prisa
hacia una cabaña lejana que echaba humo. Por el otro lado, cerca del horizonte
y lejos del bosque, podía ver largos campos extendidos y llenos de plantas.
Cultivos, supuse, por la alineación prolija. Probablemente de fresas o algo así
por el estilo de planta.
Del
otro lado se veía un extenso lago, allá a donde algunos chicos paseaban en
canoas o solo parecían pasar el rato. Unos iban tan rápido que parecían estar
en una lancha a motor, gritando y riendo. Entonces noté a la chica formada de
agua en la parte trasera, agitando sus pies tan rápido que era inhumano.
¿Qué
estaba diciendo? Que fuera de agua, ya era inhumano.
-Náyades
-me explicó Jake, captando mi mirada- son…
-Ninfas
del agua, lo sé -completé y el chico volvió a sonreír. Lo cierto es que esa
manía ya comenzaba a irritarme ¿es que tenía que cegar al mundo con su sonrisa
a cada momento? Debía venir con una
especie de advertencia, como un cascabel que advirtiera a todos cuando iba a
ensanchar sus labios y mostrar sus parejos y casi marmolados dientes.
-Bueno,
al menos eres una sabelotodo… -comentó y yo lo miré mal, cruzándome de brazos.
-¿Qué
se supone que eso significa? -le espeté. Ya estaba harta de tanto misterio
sobre mí.
-Nada
-contestó él vagamente y se giró hacia mí, sus labios dibujando una risa al
verme caminar cojeando- sabes, podrías sacarte las botas para caminar hasta la
casa.
-Ni
pensarlo -replicó- ¿sabes lo sensible que son estás medias? -señalé- no quiero
tener manchas extras que arreglar, muchísimas gracias -apunté y él me miró
incrédulo.
-¿Viste
que están rotas, verdad? -preguntó y yo puse los ojos en blanco. Típico de
chicos sin el menor conocimiento de ropa. Estaba bien, tenía rotas las rodillas
y algunos otros cortes, pero yo era una reparadora nata. ¿Este desastre? No era
nada comparado a otras cosas que había tenido que reponer.
-Voy
a arreglarlas -contesté secamente y él sonrió, mirándome extrañado.
-¿Estás
segura de que sos hija de Atenea? -preguntó y sonrió con torpeza- no lo sé,
¿segura de que no seas hija de Afrodita?
-No
soy exactamente amorosa como para ser hija de la diosa del amor -apunté y él
asintió.
-En
eso tienes toda la razón -apuntó y lo fulmine con la mirada, solo para su
gracia- lo siento, es que debes entender que no sos exactamente la típica hija
de Atenea -dijo y yo lo miré molesta.
-¿Y
como se supone que se ven las hijas de Atenea? -pregunté, poniendo mis brazos
en jarras y deteniéndome. Ya había sido suficiente. Si no aclaraba este asunto
ahora iba a terminar atacando al próximo campista. Preferentemente Jake.
-Bueno,
para empezar son rubios -dijo y yo casi chilló, tocando mi cabello. Jamás sería
rubia. El color jamás me sentaría. Estaba feliz solo con las mechas claras que
se entretejían entre mi cabello caramelo- bueno, tenes los ojos grises, eso sí,
pero ellos definitivamente no se los destacan con maquillaje -comentó,
mirándome y tuve el impulso de cubrirme. Sus ojos azules se sentían como rayos
laser- tampoco son preocupados de la moda y de la ropa, algo que evidentemente
si te importa a vos -dijo y su tono casi condescendiente casi hace que gritara
a Ulu para que le arrancara los ojos- y son aguerridos. Unos malditos enfermos
cuando se trata de batallas… -dijo y suspiró- e inteligentes. Son más bien como
la clase de ñoños con los que jamás te meterías -comentó y la ira quemó en
tantas partes de mi cuerpo que apenas podía controlarla.
-¿Qué
se supone que eso significa? -le espeté, mi tono llamando su atención para ver
mi mirada asesina- ¿Qué no soy inteligente o algo así? -le espeté y él parecía
a punto de contestar, pero no lo deje- mira, solo porque tengo un mínimo de
sentido de la moda, no significa que no sea inteligente. En realidad prueba que
soy lo suficientemente lista como para preocuparme por mi aspecto de forma
eficiente. Y otra cosa, la moda no solo me importa. La moda es mi vida,
¿entiendes? Mi trabajo y el único sustento que tuve cuando me quedé en la
calle, así que no te atrevas a juzgar sin conocer, idiota…
-¿Te
quedaste en la calle? -me interrumpió, sobresaltándome. Demonios. No había
calculado que esa parte escapara de mis labios.
-Eso
no importa -repliqué- ahora llévame con Quirón así terminamos con esto…
-repliqué y comencé a caminar, finalmente obligando a Jake a moverse, avanzando
en un silencio tenso. Quería gritarme a mí misma. No podía creer que hubiera
estallado de esa manera y hubiera hablado de la calle con él. No hablaba de ese
pasado con nadie, o mejor dicho no
hablaba del pasado con nadie. Eran la clase de métodos de supervivencia que
me habían mantenido cuerda por todos estos años. No podían echarse a perder por
un idiota de calibre monumental como era el chico que tenía en frente.
Ulu
ululó sobre mi cabeza convenientemente, como si apoyara mi decisión.
Gracias,
es lo que necesitaba. El apoyo de un ave psicótica es de gran ayuda.
-Allá
está la casa grande, -señaló Jake, sacándome de mis pensamientos- Quirón estará
esperándonos -dije, pero yo solo asentí, todavía demasiado molesta. Debería
estar acostumbrada a esto, ya lo sé. No es la primera vez que me enfrentó a
retardados prejuiciosos, pero generalmente es uno de cada tres. No cien de
cien.
Pensaba
en eso, cuando noté que habíamos llegado a otro camino, alzando la vista para
ver a una gran casa de paredes azules de dos pisos. “Gran Casa era el eufemismo
del año” pensé. Era un nombre tan original como lo había sido Ulu. La casa
tenía un enorme porche que la rodeaba por completo, en donde había algunas
mesas y asientos para sentarse, pero por lo demás era una casa regular típica
de campamentos, de la clase que tiene las cosas generales como los baños o el
comedor.
Claro,
como entrarían los doscientos alumnos adentro era todo un misterio.
-Ven
-dijo él, llevándome hacia el porche y haciéndome rodear la casa. Al fondo
había dos hombres, uno sentado en un taburete y otro acomodado sobre un caballo
que descansaba en el suelo. Fruncí el seño confundida. ¿Acaso no cansaba al
animal estándole encima así? ¿Que clase de costumbres extrañas tenían aquí?
Entonces,
metros más adelante, fue cuando me di cuenta de un dato esencial. El hombre no
estaba sentado sobre el caballo, el
hombre era el caballo. Me paré en seco, sintiendo que mi cabeza empezaba a
zumbar. Esto estaba siendo demasiado para procesar. Dioses griegos, lechuzas
gigantes que aparecen de la nada, gorgonas sedientas de sangre, sátiros
asustadizos y chicas hechas de agua habían cubierto el limite. El centauro, por
supuesto que mi mente había reciclado aquella información útil, ya había sido
bastante.
-Dramática
si queres respuestas… -empezaba a decir Jake cuando notó que no estaba detrás
de él, girándose para verme preocupado- ¿Emma? -llamó, acercándose un paso.
Hubiera
querido hablar, casi celebrar al escucharlo por fin decir mi nombre, pero en vez
de eso hice algo totalmente más interesante.
Me
desmayé.
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